Un homenaje a mis padres, a mis raíces, a mi camino.
Hoy me detengo a escribir con el corazón lleno de gratitud, memoria y silencio.
Mi padre ha partido.
Mi madre se fue hace algunos años.
Y aunque el mundo siga girando, para mí, algo se ha detenido.
No por debilidad, sino por reverencia. Porque despedir a quienes te dieron la vida… es volver a nacer desde otro lugar.
Hoy, más que llorarlos, elijo honrarlos.
Porque todo lo que soy, todo lo que he construido, todo lo que ofrezco al mundo a través de TAL… nació de lo que ellos me enseñaron.
Mucho antes de los títulos, de los libros, de los programas, de los escenarios… ya estaban ellos.
Sembrando con sus gestos lo que hoy son mis principios más sagrados.
De ellos aprendí…
La honestidad sin adornos.
Mi padre era un hombre que creía en la palabra, en los actos firmes, en cumplir sin necesidad de aplausos.
Me enseñó que la integridad no es una opción: es un deber del alma.
La compasión firme.
Mi madre tenía una fuerza serena, de esas que no se imponen, pero marcan.
Ella me mostró que se puede cuidar sin perderse, amar sin dejar de ser, y dar sin dejar de exigir respeto.
La responsabilidad como forma de amar.
Ambos me enseñaron que la verdadera madurez no es resignarse, sino responder
Responder ante la vida con valor, con presencia, con coherencia.
La gratitud, incluso en lo poco.
En mi casa no sobraba, pero siempre hubo amor, comida caliente, y la certeza de que lo humano era lo más valioso.
El trabajo como camino de dignidad.
Ninguno de los dos me enseñó a huir del esfuerzo, sino a convertirlo en una ofrenda.
Trabajar con el alma, poner intención, hacer las cosas bien, aunque nadie mire.
La palabra que edifica.
Crecí escuchando frases sabias, silencios oportunos, oraciones sencillas.
Hoy, cuando hablo o escribo para otros, los escucho a ellos en mí.
La fe, no como dogma, sino como brújula.
Fe en la vida. Fe en el otro. Fe en uno mismo. Fe en que todo acto con amor tiene sentido, aunque no lo veamos al instante.
Por todo eso…
Hoy puedo sostener procesos de transformación.
Puedo guiar con humildad.
Puedo escuchar con respeto.
Puedo mirar a otros con ojos de compasión y decir
“Tú también puedes transformar tu historia.
Porque yo lo aprendí… viendo a dos seres que, sin ser perfectos, me dejaron el legado más importante: el de ser humana con conciencia, con dignidad y con propósito.
Hoy los honro… viviendo mi verdad.
No necesito más reconocimientos para saber que mi mayor éxito es haber sido su hija.
Y que cada persona que acompaño, cada proyecto que nace, cada palabra que comparto, lleva algo de ellos en su raíz.
Gracias, papá. Gracias, mamá.
Todo lo que soy… comenzó con ustedes. Y mi legado, es también el suyo.
Con amor eterno,
Marta Gilma Pineda Quiceno
Fundadora de TAL – Transformación, Autonomía y Legado


